domingo, 11 de abril de 2010

Los Alarifes del Fuego

Capítulo I
Las artes insensibles

Entré en contacto con la Hermandad de los alarifes del fuego, porque consideraron digno de toda atención el alebrije en bronce de Axotla. Les pareció revelador del dominio magistral de las fulguraciones. La Hermandad decidió investigar porque tal maestría no es un hecho fortuito, requiere una ahincada tradición y un mundo imaginario que involucre las llamas en su más sutil composición. Las deliberaciones de la Hermandad parecen un hecho fortuito pero son, en verdad, dictámenes. Su tradición inmemorial no le resta construir su mundo contemporaneo.

La Hermandad permite un acceso gradual a este mundo casi incomprensible porque nuestra aproximación como seres humanos al fuego es controversial. De pronto no permiten la aproximación a los sitios donde la Hermandad se reune o reposa, donde gesta su historia actual y registra los antecedentes decisorios. La Hermandad reconoce sus defectos potenciales y los vigila porque el celo de algunos adictos se excede y precipita sin el dominio necesario sucesos cruentos cuando la atmósfera ignea se desborda. La Hermandad obstruye los fuegos fatuos y propaga su pensamiento: el fuego filosofal.

El actual Eremita, creció con la Hermandad, su vida coincidió con el risorgimento de los alarifes. No hizo nada, solo dispuso su tiempo para la propia obra en el universo del fuego. Sus obras cinéticas contienen la alteridad del ser, y la convicción -cierta- de que el encuentro del hombre con el fuego cambia la faz del universo.

El Eremita señala a sus discipulos que el mundo transcurre en una serie de cajas negras donde el hombre refleja su obra. Las espirales del fuego dieron origen a los enigmas, al pensamiento móvil y la ilógica casi insensible del artificio igneo. Durante un minuto en la historia de la Hermandad (mil quinientos años) estableció la distinguida cohorte alimentada con lo frío y lo cálido aunque en extremos sin temperatura, dados en unidades intensas o atmósferas (como Les Nympheas en el Museo de L'Orangerie) coincidentes. Las sombras fijas no huyen y se abrazan con el fuego en varias dimensiones... como la desaparición volcánica de Empédocles. El Eremita sabe que el fuego señoréa los diseños táctiles que esgrimen o practican los hermanos alarifes. Esa disciplina está contenida en las gárgolas eclesiales. El Eremita nos pide no confundir el fuego con la luz... puesto que puede apagarse y el fuego es irrecuperable.

El preservador del fuego, tiene la más alta función entre los alarifes y su mester se remonta a los tiempos bosquimanos donde alguién estaba a cargo siempre de no permitir que el fuego se apagara. Con la pasión que siempre tuve y acicateado por algo de dinero, me dediqué a explorar su elusiva personalidad que variaba -tal era su epidermis- con el tiempo mismo. Para el preservador, el fuego tenía estructuras y las conformaba en las materias que alimentaba en complicidad con los maestros alarifes, cuyos grados de familiaridad con el elemento se producían con la devoción misma de los talleres renacentistas. Todos podían captar la delineación del fuego para dejar cierta suerte al capricho de los objetos y una enorme validez al dominio del fuego que consideraban magistral.

La herramienta de los alarifes era el fuego mismo y su deseo consistía en imprecisar la sensación, hacerla tan insensible que se difuminara por la materia hasta conmover las capas más leves del sensorio, percibir la presencia espiritual y subjetiva del fuego en una búsqueda apasionante. -Me dijo el preservador- cuando contemplas las piezas resultantes en una galería sólo adviertes una parte mínima del proceso, la experiencia básica es cuando tu sensorio alcanza a distinguir, el elemento ausente y primordial, la llamarada. Todo esto se remonta más allá de los Asirios y Caldeos, de los egipcios y deriva de manera que podríamos llamar grosera en la disciplina inenarrable de los alquimistas y los geómetras.

El fuego -continúa el preservador- es infinito aun cuando se extinga y es la manera más eterea de modelar el espacio y a su propio ser condicionado a la materia que configura. Nadie puede decir qué formación adoptará el fuego pero si puede conformar los materiales en su entorno (estos son algunos de los secretos que preservamos). El mundo del fuego es elemental pero su movilidad libre es la creativa, cada llama incluye a la otra y todas abrazan el objeto. Nuestra tarea es que el fuego mantenga su originalidad pero no a la manera olímpica, sino que creemos en preservar la flama perpetua una necesidad ancestral, el fuego ha transcendido la historia del arte, aunque no deseamos que ese conocimiento se expanda porque podría desfigurarse. El arte del fuego es el más clásico. El fuego es la cosa misma y sólo pueden considerarlo efímero quienes desconocen las raices de la vida en sí, o para el caso su polaridad: la muerte y las cenizas. El universo es una gran luminaria o un inmenso cenicero. Entre estos dos extremos transcure el trabajo y la guarda de los objetos rituales en las montañas.

Capitulo II
La obra negra

Aquella tarde salí de mi despacho sin muchas esperanzas, la escasez de dinero no sólo me incluía sino que me dejaba fuera de cualquier posibilidad de supervivencia razonable. Un individuo me alcanzó y tomó del brazo. Pense que trataría de cobrarme algo. Una semana antes fuí conducido a la carcel por desacato a un instructivo de un juez que obedecía a sus amos de los almacenes de crédito. Me detuve dispuesto a cualquier cosa, no soy valiente pero sí preciso. Valiente no puedo serlo porque con trabajos mido uno setenta y mi edad es lo bastante avanzada para no poder competir con el menor bisoño. Sin embargo, me quedan algunos arrestos de ambos tipos.

Señor, dijo el uniformado, acompañeme- ¿De qué se trata? Le explicaré en el camino. No era cosa de discutir.

Fuimos hacia el centro de la ciudad. Paramos a un costado de Palacio, el tipo bajo y me dijo: suba por esa escalera. Así lo hice. Se abrió una puerta de madera con cristal. Una persona nueva me dijo: lo esperan. Entre por la siguiente puerta. Cuando vi al personaje que estaba enfrente, me espante. Nunca había hablado con nadie de ese nivel político, de modo que me lo callé. Lo hemos seleccionado para un trabajo muy específico, quise decírselo personalmente. El señor que lo acompañará es de toda mi confianza. El le dará los detalles. Buenas tardes.

Seguí al designado hasta una amplia oficina con todo tipo de aparatos y servicios.

Siéntese y tomelo con calma.
Así lo hago.
¿Está dispuesto a encargarse del trabajo?
¿Tengo alternativa?
Después de saber de que se trata, no.
¿ Y si no deseo saberlo ?
Me temo que usted recibió una orden.
Entonces no me haga perder el tiempo pregúntandome. ¿Cuanto me va a pagar?
Despreocúpese de eso.
No puedo, eso me preocupa. Necesito el dinero.
Bueno, nos pondremos de acuerdo.
Preferiría antes que despues.
Es usted obstinado.
No más que usted.

Así ingrese al caso de la Hermandad de los alarifes del fuego.

Capítulo III
El fuego filosofal

Hasta el presente el arte del fuego ha sido un arte minoritario por los escasos participantes, aunque sus consecuencias sean monumentales. Son menos todavía quienes participan en su periodo de incubación y lo saben muy mayor que las otras variedades artísticas, empero su impacto final es obviamente el más poderoso.

Por lo general se piensa que la fórmula del arte flamígero está muerta y que sólo la inmediata sensación vive. Pero la ecuación del fuego y la sensación no se oponen sino se acentúan, según los grandes maestros. Todos recibimos un flujo continuo de sensaciones, pero en la mayor parte de los casos no recibimos su impronta porque al parecer no existe rastro alguno de las igniciones anteriores. Pero su combinatoria tiene un contenido perdurable: sin tales cálculos las memorias las transportaría el viento.

Tranferir esta definición al arte no es extravagante como parecería porque los elementos invariantes del fuego pueden determinarse despues mediante otros signos. Hay una indivisible continuidad que dejó la llama en la materia y que los alarifes del fuego detectan para establecer la calidad de las vidas. Hay una dialéctica complementaria del amoroso fuego con la materia de que se alimenta y configura y en ambas fases del dilema queda la impronta de la otra. Los componentes dinámicos vienen a ser, las dimensiones del espacio, las dimensiones del tiempo, las dimensiones de las criaturas: muerte, vida, nacimiento; mañana, hoy, ayer; profundidad, amplitud, altura.

Si una y otra vez los alarifes del fuego han preservado su arte reconocen el futuro en el brazo firme del presente cuando coloca el objeto en la flama y las oportunidades y las opciones de su arte carecen de fronteras.

Guillermo Rousset Banda, 1996.

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