domingo, 25 de abril de 2010

La amistad de Juan José Arreola y Guillermo Rousset Banda



Hay un hecho que quiero dejar registrado: durante mi viaje a México, cuando volvi a trabajar con el señor Galindo en el Banco del Comercio, y que pensé quedarme a radicar por más tiempo, al único que seguí tratando fue a Armando Ramírez. Creo que fue este año cuando él me presentó, una tarde que pasé a saludarlo a su casa, a un adolescente rubio y delgado, de finas facciones, que de manera nerviosa estaba haciendo una especie de inventario de la biblioteca de mi amigo, quien desde su asiento le daba órdenes y lo trataba con cierta dureza, al grado que llegó a decirle: "Deje usted ese libro en su sitio, si no quiere que le dé a la vara". La relación entre ellos era extraña, en tanto que aquel joven insistía en comprarle a Armando unos libros que éste no quería venderle. Parecía que el joven erar un bibliómano experto en ediciones agotadas. Los dos se habían conocido en el medio de las librerías de viejo, de las que yo era adicto comprador. Si mal no recuerdo, ese joven era Guillermo Rousset Banda.

Con Guillermo mantuve una bella y complicada amistad, tan sólo interrumpida por el tiempo, y finalmente, por su muerte acaecida en 1997. Fue uno de los lectores más profundos y fieles de mi obra. Su trabajo como traductor y editor de poetas importantes como Rilke y Pound, no ha sido apreciado. Me hubiera gustado verlo antes de que partiera, para entregarle unos mensajes para el más allá, un poco para advertirle de mi llegada.

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A propósito de libros y lecturas, Juan Rulfo, cuando veía un buen libro, compraba dos ejemplares. Sobre todo cuando viajaba a México, luego al llegar a Guadalajara nos invitaba a su oficina y abría la maleta, y venga a vender y a cambiar libros. Cuando me fui a París, les vendí parte de mis libros a Juan y a Antonio. Esta práctica la seguimos por muchos años, luego apareció Guillermo Rousset Banda, quien llegó a vendernos libros a El Colegio de México y al Fondo de Cultura. Don Alfonso Reyes era uno de sus clientes y Guillermo lo provocaba vendiéndole las primeras ediciones de sus libros que don Alfonso creía ya agotadas y sumamente raras. Guillermo le llegó a decir: "Lo quiere con dedicatoria o sin dedicatoria". Hasta que un día don Alfonso explotó y le prohibió la entrada a sus oficina de El Colegio de México.



Extracto de El último juglar, Memorias de Juan José Arreola, Orso Arreola, Editorial Diana, 1998.

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